miércoles, 8 de marzo de 2017

Susurrar su nombre



Susurrar su nombre

“Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: Con sólo tocar su manto quedaré curada”.


Las angustias y la soledad de toda una existencia  cargada de dolor y padecimientos.
Perder sangre.  Savia derramada que mutila el cuerpo y el deseo.  La mujer se pierde a sí misma. 

Una mujer sin horizonte, seguramente castigada por su tribu, porque la pérdida de sangre la hacía impura. La sangre pertenece a la divinidad.

Acusada de infectada, odiada de los dioses, expulsada por sus semejantes, integraba una multitud de dolientes.

Impura, manchada, agónica, sola.

Las sociedades son muy rápidas para señalar: a los impuros, a los manchados, a los que hay que desterrar, a los que huelen mal.

Esta mujer, no tiene nombre, porque es toda mujer, es todas las mujeres.  Había oído hablar de Jesús.

Durante fogones en cuevas de excluidos como ella?
De otras mujeres tan desesperadas como ella?
De algún miembro de su clan que lastimosamente le acerco esta esperanza?
De una comunidad de expulsados que lamían juntos sus heridas?
De quizás un amor amante, que acariciándola aún en su impureza, confiaba en sus fuerzas?

La mujer diseña una estrategia: tocar su manto.

Aguantando codazos, empujones e insultos de una multitud de llagados como ella y debilitada en cuerpo y alma. Seguramente sobreponiéndose al calor, a dolores insoportables y el desdén de los curiosos.

Tocar es comunicarse. Tocar es acercarse. Tocar es absorber. Tocar es acariciar. Tocar es desear.  El manto de Jesús no lo cubre. Lo transparenta. El manto no es un límite, es un portal.

Tocar el manto es tocar a Jesús.

Ya otra mujer supo tocar a Jesús, con sus lágrimas y sus cabellos. Otra impura. Otra deseosa de poder danzar y reír. Por eso lloró hasta que no pudo más y fue amada por el hijo del hombre.

Tal vez esta mujer, junto a otras, fueron las atrevidas que entre ellas se susurraban el nombre de Jesús.

Jesús siente. Ella siente. Quién tocó mi manto, quién me ha tocado? Muchos en el gentío apretujaban a Jesús.

Pero ella lo tocó de manera diferente. Y el profeta lo sabe.

Quedaron desnudos.

Sus miradas debían encontrarse. Miles miraban, pero no como ella. En esa muchedumbre la distinta fue la Mujer.

Mirarse es culminar la curación. De igual a igual. La mujer recupera su historia de mujer y como mujer.

Dejará de clamar al cielo acorralada por impiadosos. Jesús la ha mirado, ella lo ha tocado.

Ahora ella susurra su nombre.