La Diosa llora
En todas las cruces
El Dios Femenino gime en Jesús agónico. Es el grito del Viento Impetuoso
que nada ni nadie puede amordazar.
Llora la Gran Madre porque en su hijo mueren todos sus hijos. Y su templo
cósmico ha sido profanado. Se rasga en dos.
Nada puede impedirlo. Y no es su voluntad, es la voluntad de los asesinos.
No era una novedad ”Jerusalén, la que mata a los profetas...”
Es cierto que si el grano no muere. Pero no queremos la muerte. La Gran
Madre quiere la savia nutrida y cuanto más abundante mejor.
Soplo cristalino, transparencia ensoñada, que en la cruz expira para volver
a respirar sin límites, a los tres días.
Jesús exhala su espíritu y engendra a los corderos degollados de vestiduras
blancas.
Son los que combatieron hasta el final. Se trasluce un parto ineludible:
los vivientes han blanqueado sus vestiduras.
Las más cercanas son mujeres. Saben de sufrimiento, de lágrimas, de sangre
caliente. Y saben de los perfumes, del consuelo y de caricias.
María, la del vientre y los pechos bendecidos por otra mujer, camina erguida.
La tradición habla de "la Verónica". Otra mujer que toca la
sangre y la piel herida de Jesús. Los varones relatores de la tragedia no la
registran demasiado. Pero ella lleva en su túnica el rostro del profeta. Ella
está.
Otra mujer, sin ningún permiso o pudor, con su pelo secó los pies
perfumados de Jesús. Amó mucho. Fue mal vista por el anfitrión. Jesús gusto y
elogió los gestos de la mujer.
Como aquel gasto en aceites exquisitos de otra mujer mal visto por los
discípulos. La buena nueva también será “en su memoria”.
Ahora solo podrán, ella y otras, ungir el cadáver para la sepultura. Lo que
no es poco.
Gesto de gratuidad absoluta cuando todo parece inútil. Se hace sin
miramientos.
Jesús lo presentía... "cuando estemos en Jerusalén".
El calvario se hace presente. También hoy.
Otras mujeres anónimas se conmueven y lloran. Sinceran el horror del poder
cuando es criminal.
“Lloren por sus hijos”. Ellos van a necesitar la frescura de los suspiros y
la denuncia de los lamentos.
Fueron a perfumar el cuerpo del crucificado porque percibían algo
importante. No lo encontraron en ese lugar. Estaba en el jardín.
Mujeres samaritanas que se sienten llamadas a convocar a
otros..."vayan, digan, cuenten, griten...no está muerto, vive y los vera
en Galilea".
Jesús dice a la mujer de Magdala "no me toques".
Acerca tu mano y acaricia a mis seguidores, a los combatientes, a los que
quedan. Sus cuerpos necesitan tus abrazos.
Amenaza la vida insurrecta.
La que no teme a los que pueden matar el cuerpo pero no podrán matar los horizontes
de lucha.
Llora la Madre Grande, pero no ha sido derrotada.