Espectro
Hacia la cruz
Los cuatro varones, autores de los evangelios, no dicen nada.
Los relatos populares sí.
Una mujer fantasma.
Las tradiciones le dieron un nombre.
Verónica.
No importa que no
fuera el nombre real. Eso se perdió en las penumbras del tiempo.
Solo se pretendía sostener la veracidad del rostro en el
paño. Verdadero (Vero) ícono (nica). El rostro en el lienzo era auténtico.
Quién era esa sombra femenina.
¿Formaba parte del grupo “de mujeres que acompañaban” al
condenado?
Llama la atención que no la nombren, siendo que a otras
mujeres si les reconocen una identidad. Como a
María, María de Cleofás, María de Magdala.
En los susurros del viento en las cuevas marginales, supo que
los poderes religiosos y políticos lograron decidir la pena de muerte del
profeta.
Seguramente estuvo cuando Pilatos se lavó las manos.
Y como dicen la tradición, pidió a gritos por la inocencia
de Jesús, reclamando su derecho a testificar. Derecho no reconocido.
Fue una prostituta rescatada de una lapidación hipócrita.
Una leprosa despreciada cargada de llagas, pero rescatada.
Una discípula enamorada.
La sirio fenicia que le arrancó el milagro para su hija a los
gritos y una astucia sin igual.
O fue la mujer del flujo de sangre.
Coincide en el ardor con Verónica.
Sangre por sangre.
El espectro femenino toca los labios, la sangre y la piel herida de
Jesús.
Desnuda su cuerpo femenino, se
lanza sobre el profeta para limpiarlo.
Se hizo lugar a empujones, entre
curiosos y sádicos soldados romanos.
Llega con su paño y limpia el
rostro sangrando.
No tuvo mucho tiempo.
La patean, la empujan, la corren a
las patadas y latigazos.
Ella se queda con su lienzo
manchado de polvo, sudor y sangre.
Fue un gesto atrevido, audaz,
corajudo.
Queda en su túnica el rostro del
profeta.
Y ese es el rostro de todos los
crucificados.
Tal vez ella sea todas mujeres.
La sombra sigue presente.
Nicolás Alessio teólogo.