Si San Cayetano
viviera
Milei le diría
“zurdo, rata inmunda”.
Y estaría
golpeado ferozmente cada miércoles en las marchas de los jubilados.
Bullrich lo
hubiera puesto preso.
San Cayetano no
dudaría en acompañar todos los urgentes y dramáticos reclamos sociales.
En su tiempo,
enfermos de sífilis, mendigos, campesinos, prostitutas, víctimas de la usura,
encontraron en él una presencia amorosa que reclamaba justicia y derechos
sociales.
Y supo enfrentar
a los que detentaban el poder político y social.
Su lucha, sus
desvelos, sus convicciones, sus sueños, siempre las entendió “con otros”.
No era un héroe
aislado. Por eso organizó a sus seguidores en comunidad.
Congregaba a
otros, reunía a otros, aglutinaba.
Su mística era el
amor desprendido e inclusivo.
Una ética de la
ternura y el cuidado.
La idea de pan y
trabajo, tener dignidad y compartir, quedaron en la memoria popular.
La espiga de
trigo no hace milagros.
Es un símbolo, un
signo, un sacramento de lo que hay que hacer: cuidar la tierra, sembrar,
cosechar y compartir.
El pan se
comparte, pero antes hay que amasarlo.
Siempre
sembradoras, nunca motosierra.
Hoy, el Señor Presidente
impone una lógica, una metodología, del insulto, el agravio, la violencia
verbal, un odio planificado y disfrazado de “sinceridad” y “espontaneidad”.
Una aberración
que daña el tejido social.
San Cayetano
sería “un parásito mal” que hay que eliminar.
Y a sus
seguidores también.
San Cayetano nos
enseña todo lo contario, una lógica de ternura, inclusión y cuidado.
San Cayetano se
baja de los altares y nos empuja caminar.
Esa es la
verdadera procesión.
Y vamos todes.
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