Negar a los mártires
Negar la Buena Nueva
Nicolás Alessio teólogo
A 46 Años del
asesinato del Enrique Angelelli.
La negación puntillosa y sistemática del
martirio de Angelelli tiene como marco la negación puntillosa y sistemática de
los mártires en Argentina en particular y de Latinoamérica en general.
No solo ocultaron el asesinato de
Angelelli y no solo en Argentina.
La complicidad de las cúpulas
eclesiásticas con las diversas dictaduras en todo el continente, gestadas al
calor del auge neoliberal y la Doctrina de Seguridad Nacional, les impide
reconocer a esa multitud de mártires.
Los documentos que acreditan esta complicidad
son abundantes y contundentes.
Lo que nos gustaría esbozar ahora es la
perspectiva religiosa, teológica de esta complicidad y negación.
Lo que es mucho más grave si tenemos en
cuenta que son los mismos quienes, por el contrarío, tienen la tarea de
predicar el Evangelio y claramente tenían el imperativo moral de“no olvidar a
los mártires y custodiar sus testimonios”.
Pablo es perseguido por los judíos
porque predica “el escándalo de la cruz” y dirá a la comunidad de Corinto: ”…nosotros
predicamos a Cristo crucificado, para los judíos piedra de tropiezo, y para los
gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder
de Dios, y sabiduría de Dios” I Cor 1,23
El “poder y la sabiduría” de Dios se
manifiestan en la sangre derramada de los asesinados. Ese poder y esa sabiduría
se encarnan en las víctimas, las rescatan de las sombras de la muerte injusta,
violenta, agresiva.
La muerte de Jesús asesinado, la cruz,
es un eje central de los Evangelios, de la predicación cristiana, por una
simple razón, sin esa muerte trágica, no hay resurrección, en definitiva no hay
posibilidad de una “buena nueva” para los todos los crucificados de la
historia. Dios no sería creíble.
Olvidar, descuidar, negar, esconder,
silenciar a los mártires es una manera de negar la esperanza. La tozuda
esperanza cristiana no tendría valor ni sentido sin la cruz. Las víctimas
pueden tener esperanza porque conocenen sus propios cuerpos que todo está
perdido, entonces si, se puede “esperar contra toda esperanza” (Rom 4,18).
Esperar aún cuando las harinas y los
aceites ya se han acabado en el desierto (I Reyes 17,12).
La esperanza es eso, aún en la muerte
amenazante, sostener el horizonte de la vida.
Sin memoria martirial no hay fe cristiana auténtica, por eso, en términos estrictamente
religiosos cristianos, esta mudez de las jerarquías eclesiásticas no solo
atenta contra los valores humanos, los derechos humanos, si no que deja estéril
la raíz de la identidad cristiana: la solidaridad con las víctimas inocentes.
La centralidad de la fe es la resurrección. Utopía o topía como conquista
de las víctimas. La fe nos sostiene en las derrotas, en el dolor, en las
sangres derramadas. Es la fe la que nos permite un salto vivificante, aun en la
tragedia.
Y necesariamente, en este camino de traición al mensaje cristiano, también se niega el amor, que es la negación de Dios mismo.
¿Acaso el amor no tiene su cúspide en “dar la vida”?
Por eso, la complicidad eclesial no solo es grave desde el punto de vista
social, político, es gravísimo también desde el punto de vista teológico,
religioso. Afecta el núcleo de la fe, desprecia la centralidad del mensaje
cristiano. Se trata, en términos clásicos, una apostasía flagrante. Un pecado
mortal.
Pero hay más. Los Juicios por Memoria Verdad y Justicia, por la
“verdad histórica”, en Argentina, han sido contundentes para acreditar un
sistema ordenado y planificado genocida.
Por eso, negar a los mártires o
minimizar sus testimonios, sus compromisos, es una sutil y no tan sutil manera
de negar la maquinaria ideológica genocida. Maquinaria que en términos
teológicos ha sido la idolatría de mercado.
Esta negación ordenada y estructurada de
las víctimas de este sistema idolátrico hace a las jerarquías eclesiales no
solo participantes desde el “silencio” sino autores necesarios del genocidio.
El memorial del sufrimiento inocente deja de tener
sentido, se pierde, se licúa.
Sin ese memorial, como dijimos, no hay
ni esperanza, ni fe y amor.
Por lo tanto, pierde arraigo y pierde
razón de ser la ”ecclesia” la asamblea responsable de sostener la memoria de
sus víctimas.
En definitiva, es la mayor profanación
posible de la pasión del crucificado.
Agosto 2022