Pesebre sin adornos.
En situaciones dramáticas y de impotencia, la frase popular
dice "poner un grito en el cielo".
Somos más de 15 millones de pobres.
A veces el cielo pareciera sordo.
¿Será que no gritamos lo suficiente o que ni ganas de gritar
quedan?
"He oído los gritos de mi pueblo" dijo alguna vez Dios
desde una zarza ardiendo.
Tal vez debemos gritar más, mejor, y más fuerte.
Ese clamor debe ser también exigencia callejera.
Ocupar plazas y territorios. Aturdir con los reclamos.
El pesebre es el lugar del eco, lento, hiriente y profundo, de
tantos gemidos.
Se oían muy bien. Incluso con música.
El coro de ángeles aporto lo suyo.
Fue una noche ruidosa, poética.
Nadie dormía.
Ni los Pastores, ni el rebaño, ni los Magos de Oriente, ni
Herodes, ni José, ni María.
Menos el niño.
Eran centinelas alertas en tiempos de guerra.
No hay que dormirse nunca.
El Dios de la zarza, ha bajado para acariciar a los
sufrientes.
La liberación puede olerse y gustarse.
La Navidad es un terreno en disputa simbólica.
¿Costumbre? ¿Encuentro familiar? ¿Consumo sin sentido? ¿Solidaridad
de una noche? ¿Magia publicitaria? ¿Religiosidad inocua? ¿Comidas exóticas? ¿Arbolitos
de colores? ¿Pesebres olvidados? ¿Brindis melancólicos? ¿Recuerdo de ausentes?
Niñes jugando?
Tanto artificio confunde.
Los enviados celestes dijeron a los pastores, “vayan y verán
un recién nacido”.
Es hora de ir y ver.
Millones y millones de pobres gracias a un gobierno
insensible despiadado cínico y sacrílego blasfemo, que toma en vano el Nombre
de Dios cuando recurre a "las fuerzas del cielo" para justificar sus
atrocidades.
Un Milei que se cree mesías, se presenta como mesías. Una
máscara diabólica.
Profanación del pesebre.
Por eso nos urge un Pesebre sin adornos.
Y sin profanaciones.
Nos urge, ir y ver.
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